martes, 8 de diciembre de 2009

Harto...

Salgo de la casa y comienzo a rodear con la bici uno de esos parajes artificiales lleno de casas para gente millonaria y con suerte. Aquí pillo cacho fijo. Es tan sencillo. Tan fácil. Ahora aparco la bicicleta a un lado de la carretera y le pongo la cadena, aunque no creo que esa gente robe tal porquería. Aparco y ya está, ya lo veo. Ya veo a una chica rubia, de unos 18 años, típicamente vestida como para ir a jugar al tenis (es decir, con la ropa que usa la gente normal para salir por ahí). Y masca chicle. Y el bolsillo derecho se engorda un poco. Y ya está, que fácil. Ahora tan solo me acerco a ella, y cuando la tengo a tres metros de distancia me dirige una miradita de aristócrata cuando ve a los niños pobres de África, como un fingido anda que pena, pero con un asco impresionante. Y qué más da. Ya está. Me acerco a ella y rebusco entre los bolsillos, y la saco. – A ver, tú, dame esa cartera, haz el favor. Fíjate bien en lo que tengo en la mano. Tiene un sencillo mecanismo tecnológico, que permite lanzar balas de hierro a mil por hora. ¿Qué adelantos eh? La mayoría de los que disparan esto no tienen ni idea de que va, piensan que total, con que funcione. ¿Para qué saber más? Pues fíjate bien. Te apunto a la cabeza, y hago un ejercicio así, básico, con el dedo, y pum, adiós, adiós a la piscina y a los findes en la playa, ayayay que penilla, dios mío. Así que dame la cartera esa, que tienes ahí tan gorda, y ya está.
Y la rubia por un segundo, entre tanto temblor, se envalentona. Y empieza a gritar. Y le digo unas palabras. –Mira, oye, no es la primera vez que apunto a alguien, y ya he disparado varias veces, así que mejor déjalo, ¿vale? Como grites un solo segundo más, al siguiente segundo ya no va a ver más gritos… Y la muchacha me mira y parece dudar. Me mira con miedo. Debo tener una pinta horrible, así que me imagino que debo parecer un loco o algo así. Y poco a poco, empieza a la sacar la cartera, temblando. Uyuyuy. Muy bien, así me gusta, poco a poco. Venga, ya falta menos.
Y ya estira el brazo. Y entonces la jode. Va y la jode muy bien, lo deja bien cagado todo. Es tan estúpidamente orgullosa que agarra la cartera y me la tira a la cara. Como diciendo, ala, toma, ahí tienes, que a mí nadie me jode sin recibir. Y eso lo jode todo, lo jode todo, maldita sea, hace que todo se vuelva del revés. De repente se me echa toda mi vida encima, toda la vida, toda la porquería que me han quedado en las venas, toda la mierda que tragué, todo el odio, el odio extremo, el asqueroso odio que me salta en la sangre cuando pienso en todo lo que ha pasado, en todo lo que nunca hubo para mí. Y toda esa porquería ahí junta, formando un gran montón de escombros, un gran montón de basura por quemar. Y la estupidez de una niña mimada es la última pequeña mierda que lo rebosara todo, que lo tira por el suelo y lo escupe. Y entonces me llega. El odio. Ese odio. Ya se jodió todo.
Nisiquiera corre. Escapa, pero joder, que mal, y que lento. Y ya me da igual. Y ya me da todo exactamente igual. Así que agarro el bicho, prodigio de la tecnología, y hago el pequeño ejercicio de dedos, así, tan básico. Pum. Y repito el ejercicio,varias veces. Pum. Pum. Pum. Siempre en la cabeza. Cabeza. Cabeza. Y ya está, tan sencillo. Y la sangre bañando el suelo. Donde está su cuerpo. Y ya está, ya ves que fácil. Y todo se terminó. Para siempre.


1 comentario:

  1. "Y el bolsillo derecho se engorda un poco".

    Jajaja parecía una excelente analogía a la erección. Bien camuflado. Me gusta la historia y cómo al tipo se la refanfinfla todo, like you!
    Escribe más a menudo, tío, que tengo ganas de leer las pequeñas joyas que salen de tu mente.

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